miércoles, 5 de noviembre de 2008

La Argentina del progreso y la argentina de la decadencia

Muchos jóvenes y quienes no lo son tanto piensan, sea con resignación, sea con odio a los países desarrollados, sea con orgullo, que siempre fuimos muy parecidos al resto de América Latina. El intento de acercarnos al primer mundo ha sido ridiculizado, y se cree que lo progresista es compartir un destino de miseria y resentimiento con el resto de los hermanos latinoamericanos. En todo caso, parece que lo importante es que la estrechez se distribuya en forma más igualitaria y "digna", pero se asume como un destino ineluctable nuestra pobreza relativa respecto de Estados Unidos y de Europa.
Hubo una época, no tan lejana –la que vio nacer a mis padres- que Argentina se situaba en otros niveles y apuntaba más alto. Hacia el centenario de la Revolución de Mayo y de la Independencia de 1816, nuestro país había experimentado un milagro económico. Desde la organización nacional -1860- hasta 1916, Argentina se convirtió en tierra de promisión para muchos inmigrantes, que dejaban sus países de origen –principalmente Italia y España, pero también Rusia (los judíos que huían de los pogroms zaristas), las actuales Siria y Líbano, Francia, Irlanda, Gales- buscando, según los casos, mejorar su fortuna o preservar sus vidas y libertades, objetivo que consiguieron en la totalidad de los casos.
Basta una lectura de la guía de teléfonos de la Capital Federal, de los pueblos de las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Mendoza y todo el sud del país, para advertir que los apellidos que allí figuran, en una proporción considerable, nada tienen que ver con la colonización española inicial. Eso nos habla de un país que se formó por la inmigración extranjera, y no hay inmigrantes donde las condiciones económicas, institucionales y jurídicas no brindan un marco acogedor. Hubo una Argentina que atraía, a diferencia de la actual Argentina expulsora de jóvenes y que roba sus ahorros e ilusiones a los viejos.
1. Los salarios, ingresos y movilidad social en las buenas épocas
Por supuesto, cuando se habla de niveles de vida y salarios, las referencias no pueden ser sino comparativas. Nada se gana con pintar en vivos colores las condiciones de los conventillos de Buenos Aires o de los zafreros de la caña de azúcar, sin compararlos con las que imperaban en los países de origen. Sin desconocer que existieron situaciones de pobreza e inclusive de miseria en todos los tiempos, Argentina fue, durante muchos años, una nación con salarios similares o superiores a los imperantes en países que hoy nos superan con creces.
Siguiendo a Federico Pinedo[1], quien toma cifras dadas por el economista francés Gide, el salario medio anual de un obrero en París era de 2174 francos y de uno de las demás ciudades francesas era de 1266 francos, lo que equivalía respectivamente a 978 y 570 pesos papel argentinos de entonces, cuando un simple peón del puerto de Buenos Aires ganaba entre 80 y 100 pesos papel por mes, es decir entre 960 y 1200 pesos por año. Por el trabajo de jornaleros rurales franceses, unos pocos años antes de fin de siglo, después de una suba que se consideraba enorme, se pagaba, según datos que se encuentran en el Diccionario de Economía de León Say, 2,4 francos por día, o sea muy poco más de un peso papel. En Alemania según datos que se encuentran en los escritores más reputados (citados y examinados por el Dr. David, Sozialismus und Landwirtschaft[2]) lo que ganaba un obrero rural en 1911 rara vez llegaba al equivalente de $500 papel argentinos de entonces por año y lo pagado a un “Knecht” en las tierras señoriales del Este de Elba no pasaba de lo que ganaba entonces una mucama rural en las más pobres provincias argentinas. Según el libro del profesor alemán Lujo Brentano, “con el valor de la cantidad de trigo con que se pagaba un jornal en la Argentina, se pagaba entre 4 y 5 jornales en Alemania, y excusado es decir que más bajos que en Alemania eran los salarios en los países situados más al Este o en las penínsulas meridionales de Europa. El libro de Alfred Sauvy, sobre la economía francesa entre las dos guerras, confirma lo que se deja dicho sobre el bajo nivel de las remuneraciones antes de la primera guerra, con cifras en 1914, según las cuales era general un salario de cinco francos por día en París o sea $ 2,25 m/n. y para los ocupados en 22 profesiones el salario era de 8,3 francos por día ($3,70 m/n). Y eso pasaba en el país de más alto salario de Europa Continental.
Si comparamos los salarios por hora cobrados en 1911 y 1914 en Buenos Aires, París y Marsella, en siete categorías de trabajo distintas, vemos que los salarios de Buenos Aires eran un 80% mayores que los de Marsella en todas las categorías y un 25% más altos que los de París en la mayor parte de las categorías. Hasta la Primera Guerra Mundial, aunque el ingreso per cápita en Estados Unidos era mucho mayor que en Argentina, el salario promedio que recibía un inmigrante al llegar a Buenos Aires era similar al que recibía un inmigrante que llegaba a Nueva York. Un informe de 1921 del departamento de comercio exterior del Reino Unido confirmó que los salarios en Argentina eran mayores que en Europa (Díaz Alejandro, 1970, págs. 43–44).
La extensión de la clase media argentina, su cultura y la movilidad social ascendente que la caracterizaba fue, durante mucho tiempo, un orgullo de nuestro país y una nota claramente diferencial respecto del resto de Iberoamérica. Profesionales, pequeños o medianos comerciantes, productores agropecuarios o industriales, directores y gerentes de empresas más grandes. Esa clase media, al amparo de la estabilidad monetaria y de las posibilidades abiertas al crecimiento que caracterizaban a nuestro país, ahorró, hizo estudiar a sus hijos, progresó y se incorporó activamente al quehacer económico, político y cultural de nuestra patria. La movilidad social caracterizó a la Argentina por muchos años, y se está perdiendo a pasos acelerados, configurando un cuadro de creciente latinoamericanización, dicho sea esto sin una connotación peyorativa, sino descriptiva de la realidad de nuestro pobre sub-continente. En todo caso, en los últimos tiempos los ascensos económicos han venido de la mano de la política, del sindicalismo o de las conexiones empresarias con dirigentes políticos, funcionarios o sindicalistas, no del legítimo progreso individual.
2. El comercio exterior bajo la Argentina liberal
Siguiendo igualmente a Federico Pinedo, en los 12 quinquenios que siguieron al de 1864-1868 (hasta 1924/1928) el valor en oro de las exportaciones se multiplicó por algo más de 32 veces y las importaciones por más de 23; el intercambio por 27. La capacidad de comprar, determinada por las exportaciones, crecía al 6% anual promedio, pero en los hechos no ha habido nada que se parezca a la vigencia de esa tasa uniforme. Con sólo dividir el período de dos mitades de 6 lustros cada una se ve que en la primera mitad la cifra del quinquenio inicial se multiplicó por 4,14 (pasando de 138,5 a 573,6) y en la segunda se multiplicó por 7,76 (pasando de 573.6 a 4553 millones); en la primera parte la tasa anual de crecimiento estaría cerca del 5%, en la segunda cerca del 7%.
Cuando el país apenas tenía siete millones de habitantes ocupábamos el 7º ó el 8º puesto en el mundo entero por el volumen de nuestro comercio exterior, sobrepasando aun a grandes potencias como Italia o Japón, y a países que hoy se tienen como prototipo de naciones ricas y prósperas como Canadá y Australia, Bélgica, Suecia o Suiza.
En el período 1870-1913, la tasa de crecimiento compuesto media anual del volumen exportado fue del 5,2 por ciento, nivel superior a cualquiera de los países europeos, de los Estados Unidos y de Australia y Canadá en el período mencionado (Bélgica 4,2%; Alemania 4,1%; Australia 4,8%; Canadá 4,1%; Estados Unidos 4,9%[3].
3. El crecimiento
Entre 1870 y 1913, el crecimiento del PBI per capita argentino fue de 2,5% (tasa de crecimiento compuesta, media anual). Al nivel alcanzado por la Argentina, le seguían Canadá (2,2%), Estados Unidos (1,8%), México (1,7%) y Australia (0,9%). Según los datos elaborados por Maddison en 1995, la Argentina fue en esa época el país cuyo PBI real creció más rápido que en el resto del mundo incluyendo, naturalmente, a los demás países de América latina.
Los datos de Maddison muestran también una Argentina que después de alcanzar un PBI per capita (en dólares internacionales de 1990) de 1.311, en 1870, había logrado ascender a un total de 3.797, en 1913, nivel que superaba a los siete países más importantes de América latina (incluyendo a Brasil, Chile, Colombia, México, etc.) y a varios países de Europa Occidental (Francia, Italia, España, Austria, por ejemplo).
Para 1910, en el centenario del primer gobierno patrio, Argentina era uno de los principales países del mundo. Constituía uno de los mayores exportadores de granos y carne. El PIB del país equivalía a 50% del PIB de todos los países hispanoamericanos, ocupaba el décimo lugar entre las economías del mundo y su comercio representaba 7% del total internacional. Las zonas cultivadas con trigo, que en 1872 cubrían 72.000 hectáreas, llegaron a 6.918.000 hectáreas en 1912. Las exportaciones de cereales, que en 1885 habían totalizado 389.000 toneladas, alcanzaron 5.294.000 en 1914. Además, en contraposición al período colonial previo, se registró un marcado descenso del analfabetismo, en una nación reconocida por su carácter abierto a la cultura universal.
3. Expansión de la población
La tasa de crecimiento de la población argentina, entre 1870 y 1913, fue de 3,4 por ciento. En orden decreciente le seguían: Nueva Zelanda con 3,2%, Australia con 2,6%, Brasil con 2,15% y Estados Unidos con 2,1 por ciento.
Pocas veces se relacionan –como debería hacérselo- las cifras de inmigración, con las virtudes del país receptor: el respeto por las garantías individuales y el derecho de propiedad; el ambiente de libertad y tolerancia; las perspectivas de progreso que ofrece; su crecimiento (no el que dicen ex post estadísticas dibujadas al estilo soviético o castrista, sino el que realmente viven los inmigrantes).
En 1914, del total de la población 70%, eran argentinos y 30% extranjeros (principalmente italianos y españoles).
4. Las inversiones extranjeras
Además de acoger generosamente a "todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino" (preámbulo de la Constitución), nuestro país atrajo numerosas inversiones de capital externo. Según los datos utilizados por A. M. Taylor, “la Argentina figuraba en el primer puesto, en materia de recepción de inversiones extranjeras por unidad del PBI, en América latina y Asia, en 1900, con un valor de 4,15 por ciento, seguida por Uruguay (3,14%) y por Brasil (2,55%)[4].
En general, las principales contribuciones de capital extranjero provenían esencialmente de Gran Bretaña, aunque Francia y Alemania también efectuaban destacables aportes.
El desarrollo de la industria
Uno de los mitos difundidos por la literatura nacionalista, es que Argentina era una "colonia próspera", en que el esquema "agroimportador" había castrado el desarrollo industrial. Eso es radicalmente falso: en 1895, según los datos disponibles, había en el país 24.831 establecimientos industriales; en 1913 el número llegaba a 48.779. Entre los sectores más importantes, en 1895, figuraban: indumentaria y tocados (25,43% del número total); alimentos (27,63%); construcción (16,95%) y metalurgia (13,69%). En 1913, se pueden observar claros cambios en el orden de importancia de las distintas actividades industriales. Los alimentos pasan a ocupar el primer lugar (38,91%), seguidos de la construcción (17,59%) y de la producción de indumentarias (14,52%). Las llamadas actividades industriales y de artesanía representaban, sobre el total de los sectores productivos del país, en 1895 el 14,9% y en 1914 el 16,7 por ciento.
Concluida la primera guerra mundial, el crecimiento se reanudó. Entre 1919 y 1929 el PBI de la Argentina creció al 3,61% anual, superando considerablemente a Canadá (2,65%), Estados Unidos (2,16%) y Australia (1,64%). También el aumento del PBI per cápita argentino fue el más alto de los cuatro países, promediando el 1,75% anual. Era la edad de oro de la economía argentina, alcanzando nada menos que el sexto puesto del PIB mundial en 1928[4]. La crisis de 1929 forzó el cierre de la economía argentina, y comenzó el intervencionismo estatal, siguiendo Argentina lo que era entonces una tendencia mundial. Desde 1946 sufrimos una altísima inflación, y un estancamiento como tendencia general. A pesar de ello, en 1964 todavía nos hallábamos dentro del mismo grupo de países de desarrollo intermedio que Austria, España, Finlandia, Irlanda, Israel, Italia y Japón, y en un escalón superior al de Corea y Formosa (Taiwán)[5]। Todos ellos nos superan actualmente con creces, y de proseguir nuestra decadencia, en algunas décadas seremos más pobres que la India, que China y otras naciones cuyo pauperismo nos llenaba de conmiseración.

[1] PINEDO, Federico, La Argentina en un cono de sombra, (Buenos Aires, 1968).[2] DAVID, Eduard, Sozialismus und Landwirtschaft, (Berlin, 1903),
[2] Maddison, Angus, The World Economy, (New York, 1995).
[3] Taylor, Alan M., Latin America and Foreign Capital in the Twentieth Century: Economics, Politics and Institutional Changes, (California, 1999). Pág. 107-156.
[4] GERCHUNOFF, Los prósperos años de Alvear, (Argentina, 1985), Pág. 78 y ss.
[5] Samuelson, "Curso de Economía Moderna", decimosexta edición, cuarta reimpresión, 1971, edición española, capítulo 36, pág. 874, adaptado de Eugene Staley, The future of undeveloped countries, Harper, Nueva York, puesto al día en 1964.